lunes, 6 de enero de 2014

Así despierta la Feria Libre a la Navidad

“Comenzamos a trabajar a la hora del pobre”


Por: Andrés Sebastián León

Fotografías: José Ignacio Cárdenas



04:00 El olor a ropa nueva se mezcla con el del asfalto mojado. Hay viento y mucho frío.
Los estibadores transforman sus carretillas en bólidos y los pasillos angostos en autopistas: llevan y traen mercadería de una manera frenética, ganándole cada minuto a la madrugada; cobran un dólar por cada carga. Un hombre acompañado por un niño que parece su hijo, vende café con sándwiches de mortadela y queso.
Los que han pasado la noche en la plaza de la Feria Libre cuidando sus puestos se levantan para acomodar sus productos en lo que hasta ese momento fueron sus camas: André Breton, poeta y ensayista francés, afirma que los latinoamericanos no necesitamos inventar el surrealismo, porque lo vivimos a diario. Este, el de la plaza, es un surrealismo, hecho de dignidad.
Desde el 14 de diciembre, mil seiscientos puestos de comercio distribuidos en dieciocho asociaciones funcionan en la Feria Libre por Navidad. Se promedia que tres personas atienden por local, es decir, cuatro mil ochocientas personas no tendrán una Noche Buena de abrazos y congregación.
“La navidad para nosotros  es nostalgia, es tristeza”
Absorto, ajeno a toda la bulla que lo rodea, Wilmo Ordóñez anuncia por un altoparlante sus productos. Lleva puesto zapatos Adidas, calentador y chompa gruesa. Desde que tiene 32 años vende ropa deportiva  en la plaza, con su esposa. Para él Navidad no significa el nacimiento del niño Jesús o una bonita cena con la familia, es el momento de vender, ganar dinero, recuperar la inversión de todo el año trabajando duro -y si es posible, con la ayuda de Dios-
Como queriendo disimular el frío, hace chistes por el altoparlante -¡Venga venga, que la Navidad ya está aquí, el año viejo un poquito más allá, y el  año nuevo muuuuy lejitos!- Es optimista, no tiene el derecho para quejarse  de su trabajo, le va bien, pero si lo preocupa su vejez: tiene 52 años y asegura que las fuerzas no son las de antes: -madrugar a está edad, ya no es como a los treinta-.

5:30. La oscuridad de la madrugada ya no es tan espesa, se dejan ver de a poquito las primeras nubes del día y la luz de los faroles ya no sirven de mucho. Las personas que compran al pormayor se agolpan en los puestos.
Llevan libretas en las que anotan precios, buscan mejores ofertas. Si alguna vez sintió que era bueno para regatear, debe venir a esta hora a la plaza para ver a los maestros actuar. Wilmo no se estresa con el ir y venir de la gente, no se molesta con explicar una y otra vez los precios, mantiene la buena vibra que contagia al resto de vecinos; pero su expresión alegre, de ojos contentos, se desvanece momentáneamente cuando piensa en la Noche Buena.
Añora los días en los que podía pasar con su esposa e hijos sentados en una mesa compartiendo la cena. Ha pasado veinte navidades en su negocio, pero no está en el lugar equivocado, su trabajo ha permitido que sus hijos sean profesionales. Ahora tienen sus propias familias, que los visitan a él y su esposa   el veinticuatro, aunque sea un ratito, para desearles una linda Navidad.   


06:00 Cuenca despierta como todos los días; sus habitantes, a 2.540 metros más cerca del cielo, no se dan por enterados que tiene una plaza en la que  sus visitantes caminan rápido y muy atentos. Ruth Farfán,  presidenta de la asociación Patria Nueva, vende ropa para bebé desde hace tres años en su puesto de seis por seis metros
-A estas horas vienen más los mayoristas, los que venden en el centro-. Entre risas cuenta que no solo vende a los mayoristas, sino que también atiende emergencias - como vendo ropa de bebé, un día vino un señor a las once de la noche a pedir que le venda una parada, porque no tenía con que vestir a su hijo recién nacido- Estas situaciones le alegran un poco los días, pero nada más, sus ojos están tristes, aparentan tener diez años más de lo que en realidad tienen.
06:30 El cielo está anaranjado, los faros y focos se apagan, se escuchan villancicos por todos lados, el altoparlante de Wilmo no ha dejado de sonar. Los estibadores se dan un descanso para  desayunar, pero uno de ellos no deja de trabajar.

Sus facciones, las del estibador, son marcadas, manos gruesas, aparentan unos 60 años; viste pantalón de tela, una camisa blanca que ya está en hilos y un saco de lana roto. Lleva en su coche una carga dos veces más alta que él. Con la fuerza de dos jóvenes empuja y empuja, no se deja ganar por el peso, sabe que tiene que  seguir para poder ganar.
¿Ganar qué? ¿Una linda Navidad? ¿Cómo es una linda Navidad? ¿Una llena de regalos y un gran pavo? ¿O una trabajando hasta la medianoche del veinticuatro? El no lo sabe, como todos los que trabajan en la plaza, no tiene opción de elegir como será su navidad, lo que si eligió, fue trabajar para que otros podamos escoger cómo queremos pasar la nuestra.  
Publicado en El Tiempo